lunedì 16 aprile 2012

El sinsentido de la austeridad europea

 El sinsentido de la austeridad europea, "L'assurdità della austerità europea", articolo su Pagina 12, quotidiano argentino (segue sotto la traduzione italiana a cura di Keynesblog.com che ringrazio; traduzione in inglese in NakedKeynesianism).
ECONOMIA › DEBATE: LAS CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA CRISIS DEL VIEJO CONTINENTE

El sinsentido de la austeridad europea

En un texto escrito especialmente para Página/12, Sergio Cesaratto afirma que la tragedia griega aparecerá como un episodio menor dentro de la crisis europea. Sostiene que las políticas de ajuste que impulsa Alemania están llevando a los países del bloque al suicidio.

  
Por Sergio Cesaratto
Opinión
La crisis financiera europea no terminó, acaba de comenzar. En el largo plazo, la tragedia griega aparecerá como un episodio menor. No es difícil para los argentinos comprender el origen de la crisis, aunque es sorpresivo por qué una de las regiones más ricas del mundo y una referencia global para el crecimiento con equidad social se está suicidando al adoptar medidas de austeridad que profundizan la crisis.
La Unión Monetaria Europea (EMU, por sus siglas en inglés) nació de un diseño político francés que pretendía atar para siempre el destino de la Alemania post-unificación a Europa occidental. De otro modo, la nueva Alemania hubiera mirado hacia el este, como lo hizo de todas formas al convertirse en el eje manufacturero de Europa del este, hacia donde descentralizó sus producciones de menor valor agregado. Al participar de la EMU, Italia y otros países apuntaron a importar la disciplina fiscal, monetaria y laboral alemana.
Los economistas de Estados Unidos alertaron a los europeos que la EMU no era un “área monetaria óptima”, ya que era muy heterogénea en términos económicos, culturales y lingüísticos. Las elites europeas lo vieron como una conspiración norteamericana para impedir el nacimiento de una nueva divisa internacional. Sea lo que fuera, lo que sucedió entre 1999 y 2008 es una historia conocida para los argentinos. La liberalización financiera y la fijación del tipo de cambio generaron enormes flujos financieros desde el “núcleo” europeo –Alemania, Holanda, Austria y Finlandia– hacia la “periferia” –fundamentalmente, España, Grecia e Irlanda–. Estrictamente, Francia e Italia no pertenecen a ninguno de los grupos, la industria manufacturera italiana se ubica segunda sólo por detrás de Alemania y esto evidencia las diferencias entre Italia y España. Los flujos de capitales condujeron a un boom de la construcción en Irlanda y España e impulsaron el despilfarro del gobierno en Grecia. Esto condujo a un efímero crecimiento en esos países, acompañado por una inflación relativamente elevada y la consecuente pérdida de competitividad. Las cuentas externas se volvieron negativas y acumularon un enorme caudal de deuda, principalmente con Alemania.
Asimétricamente, desde fines de la década del 90, bajo el gobierno social- demócrata del canciller Schroeder, Alemania adoptó una política mercantilista de moderación salarial y fiscal junto con flexibilización laboral. Por un lado, comprimía la demanda doméstica y la inflación y, por el otro lado, financiaba la demanda agregada en la periferia. Esto se convirtió en la desembocadura del modelo de crecimiento alemán basado en las exportaciones.
El único problema es que la periferia acumuló enormes cantidades de deuda externa sin tener la capacidad para, eventualmente, terminar con los desbalances devaluando sus monedas, como hizo Argentina en 2002 o Italia en 1992, luego de los desequilibrios creados por el Sistema Monetario Europeo en los 80. A fines de 2009, los mercados financieros comenzaron a dudar de la solvencia de las economías periféricas. La crisis golpeó a Grecia, Irlanda, Portugal en 2010 y a la tercera y cuarta economía de la EMU, España e Italia en 2011. Como consecuencia de la caída en los ingresos fiscales y el rescate público del sector bancario en países como Irlanda y España, los problemas de deuda privada se convirtieron en un problema de deuda pública.
La respuesta europea ha sido caracterizada históricamente por ser sistemáticamente “muy chica, muy tarde”. Los fondos de emergencia europeos fueron concebidos para evitar el default de los gobiernos periféricos. Sin embargo, hay un inconveniente: una parte significativa de esos recursos viene de los mismos países que necesitan el financiamiento, un círculo vicioso. Contra el deseo de Alemania, el Banco Central Europeo (BCE) tuvo una tímida intervención para sostener las deudas soberanas periféricas, pero sólo lo suficiente para evitar el colapso de la EMU y no para mantener en niveles sostenibles las tasas de interés sobre esas deudas (los dos miembros alemanes del directorio del BCE renunciaron en protesta durante 2011).
Los alemanes se oponen a que el BCE actúe como prestamista de última instancia para los países y bancos, la principal razón por la cual fueron creados los bancos centrales. La idea de un banco central que coopere democráticamente con la política fiscal fue parte de la reciente reforma del Banco Central argentino. Pero los líderes alemanes, los gobernantes demócratascristianos y la oposición socialdemocrata, comparten, consciente o inconscientemente, un diagnóstico errado de la crisis europea. En nombre de un inexistente peligro inflacionario, rechazan el accionar firme del BCE para calmar a los mercados al actuar como el máximo garante/protector de las deudas periféricas. Es más, Alemania impuso medidas de austeridad fiscal sobre la periferia argumentando que el derroche fiscal es el responsable de la crisis.
El resultado es una situación económica y social en deterioro. Alemania espera sobrevivir, a pesar de la caída de los mercados periféricos europeos, mirando hacia las economías emergentes. La única acción efectiva fue tomada en diciembre pasado por el titular del BCE, Mario Draghi, nuevamente con la oposición alemana, al prestarle a los bancos europeos un billón de euros por tres años a una tasa de uno por ciento con la expectativa de que una parte se utilice para sostener las deudas soberanas. Esa operación sirvió como alivio de corto plazo, pero ahora los bancos tienen más bonos de deuda, una situación nada tranquilizadora dado que las causas que generaron la crisis siguen presentes.
Los países europeos están en un escenario kafkiano: locos si se quedan, locos si se van. Por un lado, el quiebre de la Eurozona devastará al sistema financiero global, dado que cualquier país endeudado entrará en default al mismo tiempo. Por otro lado, Alemania se opone a la solución más razonable: permitir que el BCE sostenga la deuda europea, impulsar la demanda interna alemana permitiendo que los salarios y el gasto fiscal aumenten, implementar un enorme Plan Marshall europeo para la periferia emitiendo eurobonos.
Este es el triste final de una linda historia europea de construcción de una sociedad justa y eficiente. Tal vez, cuando las cosas empeoren, incluso para los alemanes, el fracaso de la austeridad lleve a medidas más progresivas. Sin embargo, eso no compensará el sufrimiento innecesario que imponen las políticas vigentes sobre millones de europeos. La presión de Estados Unidos y las economías emergentes para que Alemania asuma un liderazgo regional y global y no se comporte como Suiza serían de gran ayuda.

¿Quién es Sergio Cesaratto?

Por Tomás Lukin
Sergio Cesaratto es un economista italiano. El profesor en la Universidad de Siena es un especialista en sistemas de pensión que cuestiona las visiones neoclásicas de los esquemas jubilatorios. Sus críticas a la teoría económica dominante tienen como punto de partida a Piero Sraffa (1898-1983), un prestigioso economista de Cambridge contemporáneo y respetado por Keynes quien sostiene que el valor y la distribución no se pueden entender en términos de oferta y demanda. Para Cesaratto, las críticas de Sraffa a los neoclásicos demuestran que los precios relativos y la distribución del ingreso son un fenómeno político sujeto a la lucha de clases y por lo tanto invalidan las máximas macroeconómicas dominantes, como la tendencia al pleno empleo.
Cesaratto estuvo en Argentina en marzo de este año para participar del Congreso Heterodoxo que organizó la Universidad de Quilmes. Su visita coincidió con la aprobación de la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central: “Con la reforma, el estatuto del Banco Central pasa de monetarista a keynesiano, un sueño frente a la pesadilla europea. El Estado y la democracia son soberanos y no una falsa teoría económica”, sostuvo desde su blog Política & Economía.
Traduzione italiana (a cura del Keynesblog.com che ringrazio)

La crisi finanziaria europea non è finita, solo agli inizi. Nel lungo termine la tragedia greca appare come un episodio minore. Non è difficile per gli argentini capire l'origine della crisi, anche se è sorprendente perché una delle regioni più ricche del mondo e un punto di riferimento globale per la crescita accompagnata dall'equità sociale si sta suicidando con l'adozione di misure di austerità che aggravano la crisi.
L'Unione monetaria europea (UEM) è nata da un progetto politico francese che ha cercato di legare il destino della Germania post-unificazione all'Europa occidentale. In caso contrario, la nuova Germania avrebbe guardato ad est, come ha fatto in ogni caso, per diventare il centro di produzione manifatturiera dell'Europa orientale, verso cui ha decentrato la produzione di minor valore aggiunto. Con la partecipazione all'UEM Italia e altri paesi puntarono a importare la disciplina fiscale, monetaria e del lavoro tedesco.
Gli economisti americani hanno avvertito gli europei che l'UEM non era un' "area monetaria ottimale", perché era molto eterogenea in termini economici, culturali e linguistici. Le élite europee videro queste critiche come un complotto americano per impedire la nascita di una nuova moneta internazionale. Qualunque cosa fosse, quello che è successo tra il 1999 e il 2008 è una storia familiare per gli argentini. La liberalizzazione finanziaria e la fissazione del tasso di cambio  generarono enormi flussi finanziari dal "core" Europa - Germania, Olanda, Austria e Finlandia - alla "periferia", fondamentalmente Spagna, Grecia e Irlanda. In senso stretto, Francia e Italia non appartengono a entrambi i gruppi, l'industria manifatturiera italiana è seconda solo dopo la Germania e questo dimostra le differenze tra Italia e Spagna. I flussi di capitale condussero ad un boom nel settore delle costruzioni in Irlanda e Spagna e spinsero il governo alla prodigalità in Grecia. Ciò ha portato ad una crescita effimera in quei paesi, accompagnata da un'inflazione relativamente elevata e la conseguente perdita di competitività. I conti con l'estero sono diventati negativi e si è accumulata una quantità enorme di debito, in particolare con la Germania.
Asimmetricamente, dalla fine degli anni '90, sotto il governo socialdemocratico del cancelliere Schroeder, la Germania ha adottato una politica mercantilista di moderazione salariale e fiscale insieme alla flessibilità del lavoro. Da un lato comprimeva la domanda interna e l'inflazione e, dall'altro, finanziava la domanda aggregata in periferia. Questo è diventato lo sbocco del modello di crescita tedesco basato sulle esportazioni.
L'unico problema è che la periferia ha accumulato enormi quantità di debito estero senza avere la possibilità, eventualmente, di porre fine allo squilibrio svalutando le monete, come fece l'Argentina nel 2002, o l'Italia nel 1992, dopo gli squilibri creati dal Sistema monetario europeo negli anni '80. Alla fine del 2009, dopo l'esplosione della crisi in America e la scoperta che il governo greco (buon amico di Angela Merkel) aveva mentito sui conti, i mercati finanziari hanno cominciato a dubitare della solvibilità delle economie periferiche. La crisi ha colpito Grecia, Irlanda e Portogallo nel 2010 e, nel 2011, la terza e la quarta economia più grande nell'UEM, Spagna e Italia. La conseguenza di entrate fiscali in calo e dei salvataggi pubblici del settore bancario in paesi come l'Irlanda e la Spagna è stata che i problemi di debito privato sono diventati una questione di debito pubblico. L'enorme debito pubblico italiano era molto più vecchio e sostenibile, ma per un paese abituato a difendere la competitività della propria industria manifatturiera attraverso la svalutazione della lira, l'UEM è stata un chiaro disastro, sicché i mercati hanno cominciato a dubitare anche della solvibilità italiana.
La risposta europea è stata caratterizzata storicamente per essere sistematicamente "troppo poco, troppo tardi". I fondi di emergenza europei sono stati concepiti per evitare il default dei governi dei paesi periferici. Tuttavia, c'è un lato negativo: alcune di queste risorse provengono dagli stessi paesi che hanno bisogno del finanziamento, un circolo vizioso. Contro la volontà della Germania, la Banca centrale europea (BCE) ha attuato un intervento cauto di sostegno al debito sovrano periferico, appena sufficiente per evitare il collasso dell'UEM e non per mantenere a livelli sostenibili i tassi di interesse su questi debiti (i due membri tedeschi del comitato esecutivo della BCE si sono dimessi in segno di protesta nel 2011).
I tedeschi sono contrari a che la BCE  agisca come prestatore di ultima istanza per i paesi e le banche, ossia la ragione principale per cui le banche centrali sono stati create. L'idea di una banca centrale che coopera democraticamente con la politica fiscale è stata una parte della recente riforma della Banca centrale argentina. Ma i leader tedeschi, il governo democristiano e l'opposizione socialdemocratica, condividono, consciamente o inconsciamente, una diagnosi errata della crisi europea. In nome di un inesistente pericolo di inflazione, rifiutano l'azione della BCE per calmare i mercati, agendo come massimo garante/protettore dei debiti periferici. Inoltre la Germania ha imposto misure di austerità fiscale alla periferia sostenendo che dissipatezza fiscale è responsabile della crisi.
Il risultato è una situazione economica e sociale che va peggiorando. La Germania spera di sopravvivere, nonostante il calo dei mercati europei periferici, guardando alle economie emergenti. L'unica azione efficace è stata presa in dicembre dal capo della BCE Mario Draghi, ancora una volta con l'opposizione tedesca, che ha prestato alle banche europee un miliardo di euro per tre anni ad un tasso dell'uno per cento, con l'aspettativa che una parte venisse utilizzata per contenere i debiti sovrani. Questa operazione è servita come sollievo a breve termine, ma ora le banche hanno più titoli di debito pubblico, una situazione che non è rassicurante poiché le cause che hanno generato la crisi sono ancora presenti.
I paesi europei sono in uno scenario kafkiano: condannati se restano, condannati se se ne vanno. Da un lato, il crollo della zona euro devasterebbe il sistema finanziario globale, dato che i paesi, compresa l'Italia, andrebbero in default nello stesso momento. Dall'altro lato la Germania si oppone alla soluzione più ragionevole: consentire alla BCE di detenere titoli di debito europei, stimolare la domanda interna, permettendo ai salari tedeschi e alla spesa fiscale di aumentare e implementare un massiccio piano Marshall per la periferia europea emettendo eurobond.
Questa è la triste fine di una bella storia europea di costruzione di una società giusta ed efficiente. Forse quando le cose peggioreranno, anche per i tedeschi, il fallimento delle misure di austerità porteranno a soluzioni più progressive. Tuttavia, ciò non compensa l'inutile sofferenza imposta dalle politiche vigenti su milioni di europei. La pressione dagli Stati Uniti e delle economie emergenti affinché la Germania assuma una leadership regionale e globale e non si comporti come una piccola Svizzera, sarebbe di grande aiuto.


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